Con motivo de la desgracia que ha acompañado a la última DANA, el populismo ultra ha divulgado la versión tramposa de una frase aparentemente positiva, por invitar a la acción solidaria y a la esperanza colectiva: solo el pueblo salva al pueblo, dicen.

El problema está en ese “solo”, porque busca contraponer pueblo y política, pueblo e instituciones, en una acepción dulce de los llamamientos más tradicionales contra el “Estado fallido”, a favor de “la revuelta nacional” y la reivindicación de los “auténticos salvadores”, que también han puesto en circulación.

Bajo la apariencia del homenaje a la generosidad loable de miles y miles de buenas personas en el auxilio a sus semejantes, los voceros ultras intentan encauzar la frustración y el enfado lógicos de estos días contra la política democrática, sus instituciones y sus protagonistas.

Pretenden denunciar, primero, que la política democrática no ha hecho nada por el pueblo, y buscan convencer, segundo, de que las ayudas han llegado exclusivamente de las manos desnudas de los buenos patriotas particulares.

Pero la realidad es que el pueblo ha vuelto a salvar al pueblo en Valencia, Gobiernos mediante.

Ha sido el pueblo, claro, pero el pueblo organizado democráticamente mediante sus instituciones, mediante sus administraciones central, autonómica y local, mediante sus Fuerzas Armadas, mediante su Policía Nacional y su Guardia Civil, mediante sus bomberos y sus agentes municipales, mediante sus funcionarios, sus concejales, sus alcaldes, sus consejeros, sus ministros, sus presidentes, sus parlamentarios…

Cada grúa, cada camión, cada bomba extractora, cada vía abierta, cada carretera reparada, cada tren restablecido, cada infraestructura recuperada, han tenido a la política democrática detrás, con presencia, trabajo, esfuerzo, decisiones, recursos… Con errores y tardanzas, también, que no quitan lo otro.

Los voluntarios, la Cruz Roja, las organizaciones sociales, las entidades vecinales, las empresas que han intervenido desde la propia sociedad civil, lo hacían loablemente, eso sí, con la dirección y generalmente con los recursos suministrados por la institucionalidad democrática, por el Estado presente, activo y no fallido.

Tras buena parte de los voceros del “solo el pueblo salva al pueblo” está la antipolítica. Que en realidad es una expresión asimismo tramposa. Porque quienes profesan y hacen causa de la antipolítica están, realmente, haciendo política, su política particular, conforme a sus ideas y sus intereses particulares.

Porque la política no es más que la disciplina que organiza el espacio público compartido. La política es inevitable, ineludible. Siempre está presente. La política se puede hacer con un propósito u otro, de una manera u otra, con el pueblo y a favor del pueblo, o sin él y contra él.

La política, o la haces o te la hacen. Pero política hay siempre. Cuando se presume de no hacer política, es cuando más política se hace, es cuando más oculto está el auténtico fin de la política que se hace y, por tanto, cuando más peligrosa resulta esa política para la mayoría.

Los que conducen la frustración y la ira contra la política, hacen política desde unos valores determinados y conforme a unos objetivos específicos. Que no son los valores de la política democrática, de la libertad, de la igualdad, de la solidaridad, de la justicia social. Y que no son los objetivos del interés general.

El pueblo seguirá salvando al pueblo, de la mano de sus representantes y de sus instituciones democráticas, siempre con insuficiencias y dificultades, y siempre en disposición de mejorar.

Quienes no salvarán al pueblo, porque no lo han salvado nunca, son aquellos que se erigen a sí mismos como salvadores, cuando tan solo buscan salvarse a sí mismos.